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Opinión

Las opciones de Siria: nada alentadoras

Las opciones de Siria: nada alentadoras

La realista, la idealista y la “Dios mío, espero tener suerte”

Por: Thomas L. Friedman (El Espectador, Colombia)


Cuando se derrumbaron los otomanos a raíz de su derrota en la Primera Guerra Mundial, las potencias coloniales británica y francesa estuvieron ahí, defendiendo sus propio intereses, imponiendo su propio orden a las diversas tribus, religiones y corrientes que forman el mundo árabe oriental.

Las opciones de Siria: nada alentadoras

Cuando los británicos y los franceses se fueron después de la Segunda Guerra Mundial, en muchos casos les dejaron el poder a monarcas que, a su vez, les cedieron su lugar a los militares que, sin excepción, mantuvieron a raya a su población con mano de hierro.

Pero ahora ya se fueron los otomanos, ya se fueron las potencias coloniales e incluso los militares de mano de hierro ya no están. En Túnez, Yemen, Siria, Egipto, Iraq y Libia, lo único que queda es una sencilla pregunta: ¿Podrán los pueblos de esos países, que por tanto tiempo estuvieron gobernados verticalmente —de arriba a abajo— gobernarse ahora horizontalmente, elaborando su propio contrato social para vivir juntos como ciudadanos iguales, con una rotación regular del poder y sin la mano de hierro desde arriba?

Cuando el presidente Barack Obama dice que piensa en armar a los rebeldes sirios, ése es el vórtice en el que está insertando al país. Todavía no me queda claro a dónde va el presidente en el caso de Siria, pero yo sólo veo tres estrategias: la realista, la idealista y la “Dios mío, espero tener suerte”.

Las opciones de Siria: nada alentadoras

La realista dice: En verdad no veo ninguna esperanza de crear una Siria democrática, unida y multiconfesional, especialmente después de dos años de guerra civil y más de 90.000 muertos. El objetivo de Estados Unidos debería de ser simplemente darles a los rebeldes las armas suficientes para dañar y atraer a un pantanal a dos de sus principales enemigos en la región —Irán y el Hezbolá—, negándoles una victoria fácil sobre el presidente Bashar Al Assad. A largo plazo, empero, esa estrategia desembocaría muy probablemente en la partición de Siria, en una región alauita a lo largo de la costa, una kurda en el noreste y una sunnita en el resto del territorio. Sin embargo, la zona sunnita muy probablemente estaría sumida en una lucha de poder entre los seglares, a quien apoya Estados Unidos, y los diversos religiosos islamistas financiados por mezquitas, asociaciones filantrópicas y el Gobierno del golfo Pérsico. Aunque la partición de hecho será la opción más estable y humanitaria a largo plazo —dividir a Siria en unidades menores capaces de autogobernarse—, ponerla en práctica sería feo y la porción sunnita fácilmente podría quedar en manos de los yihadistas, no de “los nuestros”.

La estrategia idealista señala que si nuestra meta es una Siria democrática, multiconfesional y democrática, entonces armar a los “rebeldes buenos” no sería suficiente para alcanzarla. Estados Unidos (o la OTAN) tendría que tener soldados en tierra para ayudar a los rebeldes a derrocar a Al Assad y después quedarse ahí durante años para impedir que se entrematen las partes en pugna, para reprimir a los extremistas violentos de cada comunidad y para ayudar a los moderados a redactar un nuevo contrato social para vivir juntos. Aquéllos que quieren una Siria democrática, unida y multiconfesional, noble meta sin duda, tendrían que ser honestos respecto de lo que se necesitaría para alcanzarla a partir del punto en que nos encontramos. Se necesitaría una intervención a la escala de la de Iraq; algo que no hicimos nada bien y que muy pocos estadounidenses votarían en favor de que se repitiera.

Las opciones de Siria: nada alentadoras

Algunos podrían decir que no necesitamos soldados en el terreno, como se demostró en la intervención en Libia. ¿En serio? Libia es un ejemplo de la estrategia “démosles armas y esperemos tener suerte”. Vamos a eliminar al régimen de Gadafi desde el aire, a armar a los rebeldes en tierra y a cruzar los dedos para que todo salga bien y surja una democracia decente y pluralista. Hasta ahora no hemos tenido mucha suerte. Nuestro debate en torno a Libia se ha limitado enteramente al ataque de nuestra misión en Benghazi, pero el debate adecuado debería de ser si hubo —y si aún hay— tal vacío de seguridad en el este de Libia para empezar. El Gobierno de transición no ha tenido la fuerza necesaria para poner orden en Libia, y ahí se ha difundido la inestabilidad. Como informó Reuters el miércoles desde Benghazi, “Libia sigue en la anarquía e inundada de armas casi dos años después” de que fuera derrocado Muamar Gadafi. La buena noticia es que los moderados han repelido a las milicias tribales y yihadistas, que estaban fuera de la ley, pero sin ayuda exterior; eso es una batalla cuesta arriba.

En Siria esperaríamos que, con tan sólo armas ligeras, los rebeldes pudieran combatir contra Al Assad y socios hasta llegar a un estancamiento, para que el régimen aceptara negociar su salida. Incluso si de milagro llegara a ocurrir eso, se derramaría tanta sangre en ese camino que de todos modos se necesitaría una fuerza internacional de pacificación para arbitrar cualquier acuerdo de reparto de poder tras la caída de Assad. Los voluntarios, ¡favor de alzar la mano!

Ésas son las opciones que yo veo. Ninguna se ve muy buena, porque los que están en Siria luchando realmente por un resultado democrático son increíblemente valientes, pero son débiles y están divididos. En esas sociedades, pelear por valores democráticos —no por la familia, la religión, la tribu o la sharia— es todavía algo nuevo. Los que están luchando por un resultado confesional o islamista, empero, están llenos de energía y bien financiados. Por eso, mantenernos al margen sólo garantiza que seguirán ocurriendo más cosas malas. Pero intervenir, en pequeña o gran escala, no es garantía de éxito. Y es por eso que me gustaría saber qué opción está buscando Obama y por qué piensa que podría tener éxito.

| 05/07/2013