Este pequeño país tenía la suerte de colindar con la tierra ocupada de la querida Palestina, la tierra que padece de la odiosa ocupación sionista, estos violentos invasores pensaban en expandir su ocupación (extender su territorio), porque soñaban con crear el Estado del Gran Israel en nuestras tierras árabes, en un día del mes de junio de 1982, sus soldados, tanques y vehículos blindados, iniciaron la macabra invasión de Líbano... sus aviones que violaron el espacio aéreo libanés, bombardearon los pueblos y las aldeas, destruyeron las viviendas, arrasaron las escuelas… y derramaron la sangre de los niños, mujeres, y ancianos.


Los jóvenes libaneses emprendieron la resistencia contra la tiranía y la injusticia, iniciaron una feroz lucha contra el enemigo invasor, lo persiguieron allá donde estuviese, aniquilando a sus soldados, volando sus tanques, hasta que se prendió a la huida, pero antes, cortó una parte del territorio libanés, a lo largo de la frontera, la parte que más tarde se llamaría "franja fronteriza ocupada", allí se concentró , y construyó un ejército de colaboradores que consintieron para sí mismos la humillación, y sirvieron al enemigo en contra de sus compatriotas.

La semilla de la resistencia creció y creció, sobre todo en aldeas y pueblos bajo el yugo de la ocupación sionista, que privó a la gente de regresar a sus hogares, y se apoderó de sus bienes.

Los ataques de la resistencia  aumentaron contra la ocupación sionista, la estrella más brillante de esta resistencia era la Resistencia Islámica, que se convirtió en una fuerza sorprendente y eficaz, sobre todo en los últimos años que precedieron a la liberación, los jóvenes se afiliaban a ella y daban sus vidas y su sangre por la patria, cada uno de ellos se lanzaba al campo de batalla, para ganar una de las dos glorias, la victoria o el martirio.


Muchos sacrificaron sus vidas, y muchos resultaron heridos, hasta que llegó el 25 de mayo del año 2000, un día crucial en la historia de Líbano, el día en que la historia se escribió con  la sangre de los mártires que fueron para iluminarnos el camino, para todos nosotros, árabes y musulmanes, y para decirnos que la sangre de los mártires es la que consigue la liberación.

Los que no han tenido la suerte de vivir aquellos días, no podrán experimentar la belleza de esta gran victoria, cuando la gente regresó a sus tierras años después de haber sido obligada a abandonarlas.


Se acabó la ocupación, el enemigo huía en ropas menores, sus puestos militares se derrumbaban uno tras otro en manos de los hidalgos combatientes, la avalancha humana irrumpía en todos los pueblos, mientras los israelíes y sus colaboradores corrían como conejos asustados, en la derrota más humillante de toda la historia.

Las palabras no podrían expresar el esplendor y la grandeza de ese día. Cuando un pueblo sacrifica lo más valioso que tiene y derrama su propia sangre para conservar su dignidad y su propia tierra, irremediablemente conseguirá una gran victoria.