La noche del viernes ha sido larga y muy oscura para el presidente de Turquía, Recep Tayyib Erdogan. Ni los más pesimistas de su equipo “preveían” que podía ocurrir un golpe de estado bajo su mandato.

Las primeras horas han sido confusas, tanto para el “sultán” Erdogan como para su Gobierno y los estados occidentales. Todo comenzó con una “sublevación de un reducido grupo de militares”, pero luego se dio cuenta que se trataba de una “seria intentona golpista” que ha quedado abortada con las primeras horas de la mañana del sábado.


A las once horas de la noche del viernes, un grupo de militares turcos anunció que “tomó el poder” y declaró toque de queda y “estado de excepción” en todo el país.

Explosiones, tiroteos y el vuelo rasante de aviones de combate han sido una constante en la capital del país, Ankara, y en Estambul.

Desde el primer momento, el Gobierno pidió a la población que saliera a la calle para detener a los golpistas cuando aún era incierto si tendría éxito.

“Esto es traición. Pagarán un precio muy alto”, amenazó Erdogan poco después de aterrizar en el aeropuerto Ataturk de Estambul, que en las primeras horas del golpe fue ocupado por los militares pero en el que la Policía, leal al gobierno, tomó luego el control.

El primer ministro, Binali Yildirim, afirmó que los cabecillas son unos 40 altos mandos, principalmente coroneles pero también un general, que habría muerto durante el golpe.

Además, informó de que unos 130 militares han sido detenidos por su participación en el intento de derrocar al Gobierno.


En la capital, donde helicópteros militares atacaron la sede de la Dirección de Seguridad, al menos 42 personas murieron en los enfrentamientos.

Tanto la Armada como la Gendarmería, una fuerza policial militarizada, se han mantenido fieles al Ejecutivo.

El jefe interino del Estado Mayor declaró hoy que en el intento de golpe de estado que ha fracasado han muerto 194 personas, entre ellas 104 golpistas, mientras que 1.536 militares fueron detenidos, entre ellos dos generales.