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Opinión

Embajadas de Cuba y Estados Unidos: solamente el inicio

Embajadas de Cuba y Estados Unidos: solamente el inicio

El restablecimiento de relaciones diplomáticas recientemente anunciado entre ambos países no es el fin. Es una puerta abierta a un proceso largo y complejo

Por Joaquín R. Hernández – Especial para Alahednews


El 20 de julio se izarán simultáneamente, en Washington y en La Habana, dos banderas: la cubana, en la sede de lo que fue siempre su embajada en la capital estadounidense --hasta la ruptura de relaciones por el gobierno de Dwight Eisenhower en 1961--, y la del país norteño en la que también albergó su embajada en La Habana frente a las aguas del Golfo de México.

La escena no tendría gran significación si se tratara de otro país. Estados Unidos, por ejemplo, tiene embajadas en Venezuela, o en Bolivia, o en Ecuador, países con los que tiene grandes diferencias ideológicas y una historia reciente de confrontación.

El caso cubano es absolutamente excepcional. En la época contemporánea ninguna potencia ha ejercido durante tantos años una política tan agresiva contra una nación tan pequeña. Tampoco ninguna nación del mundo subdesarrollado ha sostenido una política de resistencia tan prolongada y tan resuelta como lo han hecho Cuba y su pueblo.

Podrían enumerarse muchas razones para explicar el proceso que está teniendo lugar, y que tendrá como culminación de una primera fase el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países. Pero la primera, y la gran razón, es que esa resistencia, es decir, ese culto a la dignidad nacional y la decisión de no entregar una pizca de soberanía frente al gran vecino, ha dado al traste con la política de agresión directa.

El presidente Barack Obama lo ha dicho: esa política, simplemente, ha fracasado.

Embajadas de Cuba y Estados Unidos: solamente el inicio

Hay también, por supuesto, otras razones.

La voluntad del propio presidente estadounidense es una de ellas, y su convicción del fracaso de sus nueve antecesores.

Pero por supuesto, siga usted al dinero y encontrará nuevas causas.  Hay grupos económicos que miran con interés al mercado actual y sobre todo al mercado potencial que puede representar la economía de la isla.

Por ejemplo, la industria del turismo, en sus muchas modalidades --hotelería, aviación, cruceros, entre otras-- no puede observar impávida cómo compañías españolas o alemanas se adueñan de los beneficios de un turismo creciente. No piensan en el turismo actual de unos 3 millones de visitantes --que de todos modos hace a Cuba el segundo destino turístico del Caribe-- sino a las extraordinarias potencialidades de la que es por un rato largo la mayor isla del área.

Aunque se justifica con argumentos ideológicos, es obvio que los gigantes de las telecomunicaciones quieren recorrer el camino de desarrollo tecnológico que las propias políticas de Estados Unidos han limitado al pueblo cubano: rodeada de cables submarinos de propiedad norteamericana, Cuba ha debido vincular la suerte de su desarrollo en esta esfera a un costoso cable que la enlaza con Venezuela.

Es lo que pudiera ser, sin sus restricciones, la economía cubana que se beneficiará de la posición privilegiada que ocupa la isla en las Antillas.

Cristóbal Colón había iniciado el trayecto hacia el lejano Oriente. Cuando llegó a costas cubanas pensó que había tocado tierra de Cipango, el actual Japón.  Y que cerca debía estar la mítica Catay: China.

Hoy dos canales de Panamá y un futuro canal de Nicaragua abren y abrirán paso hacia el Pacífico, y naves de dimensiones insospechadas completarán el trayecto de Colón hacia las poderosas economías orientales.

Muchos tendrán que pasar por el puerto de Mariel, construido con financiamiento brasileño y preparado de atender buques de este porte.

Y por último, sin Washington desea realmente reconstruir sus relaciones con América Latina, no podría hacerlo sin cambiar su política hacia Cuba.

Lo que resta

Las relaciones diplomáticas no son el final del camino, sino el inicio.

El diferendo cubano estadounidense tiene una pesada agenda, sin cuya solución no podrá hablarse de relaciones normales entre los dos países.

Comencemos por la más importante demanda norteamericana. Como era de esperarse, Estados Unidos reclama el respeto a los derechos humanos.  Cuba no solamente no rehúye el debate, sino recuerda que su vecino está en un pésimo momento para hablar de respeto a los derechos establecidos por los documentos fundacionales de las revoluciones liberales del siglo XVIII: por solo citar el ejemplo más actual, la supervivencia agresiva del racismo blanco debe sonrojar a los representantes del país donde se asaltan iglesias de feligresía negra o donde los policías disparan primero a un negro sospechoso antes de darle el alto.

O donde se proclama como plataforma política de un importante aspirante a la presidencia la xenofobia más arrogante frente a la inmigración mexicana.

Los reclamos cubanos son muy sustantivos

Para comenzar, Cuba reclama la eliminación del bloqueo económico, verdadera bota que ha pisado durante más de medio siglo la garganta del pueblo cubano.  Es el Congreso, dominado hoy por burdos intereses politiqueros, quien tiene la decisión en sus manos. Pero en manos del presidente quedan numerosas posibles iniciativas que podrían, mientras se logra el voto congresional, años más, años menos, permitir un cauce más amplio al intercambio comercial entre los dos países.

Otro reclamo altamente simbólico es la devolución del territorio que ocupa la Base Naval de Guantánamo.

La Base no es una rémora de la política contra la Revolución cubana. Es un rezago nada menos que de la injerencia yanqui en los destinos cubanos, desde que en 1898 las tropas norteamericanas se inmiscuyeron en la guerra de independencia que los patriotas de la isla libraban contra España, y de la enmienda impuesta por el congreso norteamericano a la primera Constitución republicana de Cuba en 1901. El infame agregado, además de autorizar a Estados Unidos a intervenir en Cuba cuando lo desearan, obligaba a la nueva república a cederle al país interventor varios territorios. No sólo algo más de 100 kilómetros cuadrados en torno a la bahía de Guantánamo, sino otras áreas ¡que incluían a la actual Isla de la Juventud!
El gobierno de Franklin D. Roosevelt renunció a aquella enmienda y devolvió los territorios ocupados.  Salvo la Base de Guantánamo, utilizada más recientemente como ignominiosa prisión, pero antes como centro de conspiración contra la Revolución cubana.

En la declaración del gobierno cubano donde se anunció el restablecimiento de relaciones diplomáticas, se completan los puntos de la agenda para la normalización: “cesen las transmisiones radiales y televisivas hacia Cuba que son violatorias de las normas internacionales y lesivas a nuestra soberanía, se eliminen los programas dirigidos a promover la subversión y la desestabilización internas, y se compense al pueblo cubano por los daños humanos y económicos provocados por las políticas de los Estados Unidos”.

En resumen: que se reconozca de una vez por todas, si se quiere enterrar el nefasto pasado, la plena soberanía de Cuba, sostenida por su pueblo a toda costa, y pagando un elevadísimo precio material y en vidas humanas.

Sin la solución a estos temas no podrá hablarse de relaciones normales entre Cuba y Estados Unidos.

| 06/07/2015