Internacional
América Latina: Integración o desintegración
Las identidades nacionales ante el imperialismo de los Estados Unidos
Joaquín R. Hernández – especial Alahednews
Una multitud de nuevas siglas y nombres de asociaciones pueblan los titulares de los medios latinoamericanos en los últimos años: Mercosur, Alianza del Pacífico, Unasur, ALBA, Petrocaribe, CELAC. Todas se refieren a un fenómeno decisivo para el futuro del continente: la integración –económica, social o política—de los países latinoamericanos y caribeños. Queda sin embargo por resolverse el dilema principal: qué integración y sobre qué bases.
No son ideas novedosas. En el siglo XIX, dos políticos y fundadores de las independencias de América Latina proclamaron la necesidad de que los países del continente se integraran si querían, no sólo el progreso de sus pueblos, sino que sus identidades nacionales sobrevivieran al ya visible empuje del imperialismo de los Estados Unidos. Las advertencias de Simón Bolívar y de José Martí tardaron más de cien años en comenzar a concretarse.
Mercosur, integrado por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela (la incorporación de Bolivia está en curso) tiene su origen en un acuerdo de 1991, el Tratado de Asunción (Paraguay). Su crecimiento sostenido ha sido impresionante. El PBI del Mercosur es de 3,641 billones de dólares, lo que representa el 82,3% del PBI total de toda Sudamérica. Sus países miembros abarcan un territorio de casi 13 millones de kilómetros cuadrados con más de 275 millones de habitantes (cerca del 70% de América del Sur).
Está considerado como el cuarto bloque económico del mundo, en importancia y volumen de negocios, y la quinta economía mundial, de acuerdo con su PIB nominal producido por todo el bloque.
Otro ejemplo significativo es la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, que acaba de celebrar su XII Cumbre presidencial en Guayaquil, Ecuador. A diferencia de las otras organizaciones integracionistas, el ALBA no es solamente una institución de fines económicos; sus programas hacen énfasis en la colaboración mutua con fines sociales, educativos y culturales.
Entre los países del ALBA -Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua, Dominica, Ecuador, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda y Santa Lucía, este último de reciente incorporación- hay además importantes coincidencias ideológicas: en ella se agrupa la vanguardia de los movimientos progresistas que dominan hoy el escenario continental.
El gigante de siete leguas
La integración, que Martí previó como el mayor obstáculo a la expansión del que llamó “gigante de siete leguas” es, en los casos mencionados, sinónimo de independencia. De hecho, estas organizaciones permiten la apertura hacia economías mundiales que compiten ventajosamente con la estadounidense en el territorio que estos tradicionalmente han llamado su “patio trasero”.
Washington había creado al calor de la guerra fría sus propias instituciones continentales. Un ejemplo es la Organización de Estados Americanos (OEA), con sede en Washington, que funcionó como un apéndice de la política neocolonial estadounidense: por ejemplo, expulsó a Cuba de su seno, y convalidó el bloqueo económico contra la isla. Legitimó además las intervenciones militares de Estados Unidos en la región, como en el caso de la República Dominicana o Panamá.
La historia comienza a cambiar. Por primera vez, los países del continente, al calor de los cambios ocurridos en la región, han creado su propia entidad regional al margen de Estados Unidos, la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC). La organización, joven aún, está llamada a convertirse en el más vigoroso mecanismo de concertación de los países del continente.
Nada de esto ha pasado inadvertido para Washington y sus aliados. De hecho, la otra importante iniciativa integracionista, de signo neoliberal y propensa a los tratados de libre comercio con Estados Unidos, es la llamada Alianza del Pacífico. Esta agrupación, que integra países donde las políticas económicas neoliberales y el signo político derechista son predominantes (Chile, Colombia, México, Perú y Costa Rica) se ha convertido en una punta de lanza dirigida al corazón de la integración independentista en el continente.
Justamente hacia una mayor independencia se dirigió la recién concluida Cumbre del ALBA. El presidente ecuatoriano Rafael Correa, anfitrión de la Cumbre, subrayó la necesidad de adquirir mayor soberanía monetaria (la utilización del dólar para los intercambios comerciales en la región "nos hace vulnerables", dijo) y estimuló la utilización entre los países miembros de la moneda de intercambio SUCRE creada por el ALBA; destacó la importancia prometedora del intercambio entre los países miembros (entre Venezuela y Ecuador se ha multiplicado entre cuatro y cinco veces el intercambio comercial, apuntó).
Pero quizás la proyección de mayor alcance estratégico es la plasmada en la Declaración final de la reunión:
“La creación de una Zona Económica Complementaria entre países del ALBA, del Mercosur y de Petrocaribe, la cual será puesta en consideración de estas instancias. En este sentido, deben privilegiarse la complementariedad y la solidaridad como lineamientos de la integración económica, antes que la competencia entre nuestros países.”
También en este terreno, la integración económica y social, está en juego la verdadera independencia de América Latina y el Caribe. La otra vía, la del viejo sometimiento que imperó durante décadas, sólo conduce a la desintegración no sólo de las economías, sino de las propias independencias de estos pueblos.