Internacional
Latinoamérica, el Caribe y las lecciones del imperio
Alcanzado el sueño que querrían otras regiones del mundo
Joaquín R. Hernández - Especial Alahednews
América Latina y el Caribe han alcanzado el sueño que querrían otras regiones del mundo: aun estando integrados por naciones de regímenes diversos, han encontrado los necesarios puntos comunes para declararse Zona de Paz, libres de la amenaza de otro desarrollo nuclear que no sea pacífico, y comprometidos en resolver cualquier controversia entre sus países por la vía del diálogo, respetuoso de las diferencias entre ellos.
Y, además, lo ha logrado sin la presencia de Estados Unidos, quien durante décadas rigió con mano imperial los destinos de esta parte del continente americano.
No tengo duda en calificarlo de desafío, aun cuando entre los países firmantes de la proclama de paz aprobada en La Habana durante la reciente Cumbre presidencial de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC, figuran aliados del gigante norteamericano.
Lo manifiesta la propia respuesta altanera, absolutamente desvinculada de la realidad de los tiempos que corren, del Departamento de Estado yanqui y algunos de sus personeros principales.
En un acto de arrogancia inadmisible, y con una ignorancia de la realidad que solamente se puede comprender por la actitud independiente de los países al sur de su frontera, sus representantes condenaron la reunión donde se adoptó el histórico acuerdo.
Era un anacrónico regaño nada menos que a presidentes y primeros ministros de 33 naciones de América Latina y del Caribe insular, que habían incurrido en el pecado de reunirse nada menos que en Cuba.
Su reacción no podía ser distinta
Durante más de un siglo, Estados Unidos ocupó el lugar del viejo imperio español y estableció un nuevo dominio, también imperial, utilizando la fórmula adecuada: la neocolonia.
A través de un dominio económico para el que los países latinoamericanos no tenían alternativa, quitaron y pusieron gobiernos. O mejor, quitaron gobiernos y pusieron dictaduras militares, que cumplieron sus encargos y ensangrentaron a sus pueblos. Los nombres son más que conocidos: Trujillo en Santo Domingo, Batista en Cuba, Somoza en Nicaragua, los diversos generales en Argentina, Uruguay y Brasil, y Pinochet en Chile, son algunos nombres de una lista más extensa.
Y cuando las fórmulas de dominación por estas vías no fueron suficientes, acudieron a la intervención militar directa. También aquí sobran los ejemplos, con sus propias tropas o por vías encubiertas: Guatemala, República Dominicana, Nicaragua, Panamá, Cuba, Granada, en diversos momentos y más de una vez en algunos países. También aquí estos no son sino ejemplos de otro listado más largo.
La CELAC supone una alternativa diferente a la tradicional Organización de Estados Americanos, OEA, la que legitimó, o secundó o simplemente volvió la vista hacia otro lado durante estas invasiones militares y en el establecimiento de estas dictaduras militares. La OEA no fue cómplice de estas acciones: formó parte de ellas. No por acaso Fidel Castro la calificó de “ministerio de colonias yanqui”.
Alternativas para la dominación económica
La Cumbre de la CELAC cometió, a los ojos yanquis, otro pecado: fortaleció la capacidad de esta organización para abrir la economía latinoamericana y caribeña a otros mercados. Uno de sus acuerdos fue constituir un foro económico conjunto China-CELAC, que procura buscar nuevas alternativas para la obtención de capitales y mercados para Latinoamérica y el Caribe. O explorar en mayor grado estas posibilidades con Rusia, Europa y los propios países árabes.
Nada que suene agradablemente a los oídos de las transnacionales estadounidenses, que ven ya mermada su presencia dominante en las naciones al sur del Río Bravo.
Y las otras grandes líneas adoptadas por los 33 participantes en la Cumbre buscan desarrollar políticas que ataquen frontalmente el terrible flagelo del hambre y la pobreza, que asolan todavía a millones de latinoamericanos. Y que procuren disminuir las enormes brechas que existen en sus poblaciones entre ricos y pobres: América Latina y África son los continentes más afectados por este criminal desequilibrio.
Desigualdad y desequilibrio que surge justamente por la injusticia básica de las economías que la propia dependencia de Estados Unidos y sus brazos transnacionales, han creado en estos países.
No es difícil por lo tanto explicarse la ira y la agresividad de los representantes del gobierno de Estados Unidos. Como tampoco es difícil comprender que los países de América Latina y el Caribe deben estar preparados para las acciones que del imperio norteño sobrevendrán en el futuro contra esta nueva organización que los integra.
Pero quizás el antídoto mejor haya sido también evidente en la Cumbre: la unidad lograda entre tantos países de gobiernos tan diferentes, pero conscientes de los males que socavan la seguridad y la estabilidad de las naciones del continente, y provocan carencias y sufrimientos a sus pueblos.
El mayor aporte de los airados representantes del imperio ha sido justamente éste: destacar, a su pesar, el valor que tiene la unidad, la importancia que posee el apego a la soberanía y a la independencia, la necesidad de que todos sus gobiernos, sin distinción de características, se consagren sin miedo al vecino imperial, a crear el auténtico bienestar de sus poblaciones y a reclamar el respeto a su dignidad nacional.
La voluntad de paz, la consagración a la solución de los problemas que más agobian a los pueblos latinoamericanos y caribeños, y el ejemplo de unidad, soberanía y dignidad que han ofrecido en la pasada reunión cumbre de la CELAC, queda a disposición del examen de todas las naciones del mundo.