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La caída en barrena de la diplomacia turca

La caída en barrena de la diplomacia turca

A Turquía ya no se la ve con tan buenos ojos como antaño

Daniel Iriarte / ABC.es


“No hay diferencia entre Bashar y Sisi”, asegura el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan. Al comparar al líder de la junta militar egipcia, Abdel Fatah Al Sisi, con el presidente sirio Bashar Al Asad, Erdogan deja claro por enésima vez que su gobierno no es neutral en las crisis que azotan tanto Egipto como Siria. Pero, a medida que la situación evoluciona, este posicionamiento partidista amenaza con complicar la posición internacional de Turquía.

Cuando el pasado julio el ejército egipcio derrocó al presidente Mohamed Mursi, de la Hermandad Musulmana, aliado y protegido de los líderes del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan, el gobierno turco lo consideró inaceptable. Turquía ha puesto en marcha una campaña internacional de condena al nuevo liderazgo militar egipcio que ha encontrado oídos sordos en casi todas partes, provocando el aislamiento de Ankara. Turquía ni siquiera ha conseguido que la Organización de la Conferencia Islámica (encabezada por el turco Ekmeleddin Ihsanoglu) adopte una postura firme en contra del golpe en Egipto.

Varios altos cargos del AKP han atacado este fin de semana a Ihsanoglu por estos hechos. “Si yo fuese el secretario general de la OIC, invitaría a todos los países miembros a adoptar una postura conjunta en contra del golpe en Egipto y a posicionarse contra estos asesinatos. Y si los países miembros lo rechazasen, dimitiría como consecuencia”, aseguró el sábado el viceprimer ministro turco, Bekir Bozdag, en una entrevista televisada.

La diplomacia turca siempre se ha contado entre las más exitosas del mundo, con una tradición que se remonta a la época de las embajadas otomanas, y con el nombramiento de Ahmet Davutoglu como Ministro de Exteriores pareció alcanzar una nueva edad de oro. Davutoglu fue el artífice de la llamada política de «cero problemas» con los vecinos, que en los últimos años trató de resolver de forma negociada todos los conflictos que Turquía mantenía con los países colindantes. Por un tiempo, los resultados fueron espectaculares: las fuerzas armadas griegas y turcas dejaron de considerar al otro una amenaza, Armenia y Turquía se plantearon seriamente la posibilidad de reabrir la frontera, y hasta el intrincadísimo problema de la división de Chipre parecía a punto de resolverse.

Las relaciones con Irán, Iraq y Siria también mejoraron de forma significativa. Turquía apoyó la propuesta iraní de enriquecer uranio fuera de su territorio, ganándose la gratitud de Teherán, y el matrimonio Erdogan inició excelentes relaciones personales con los Asad, la pareja presidencial siria. Ankara comenzó a ejercer de mediadora en la política libanesa, levantó los visados para los ciudadanos de todos los países de la zona, e incluso planeaba crear una zona económica común con Jordania, Líbano, Siria y otros países árabes.

Pérdida de peso en la región

Pero hoy, basta echar un vistazo al mapa para ver cómo la situación ha cambiado radicalmente. De todos los países con los que comparte frontera, tan sólo Georgia parece libre de fricciones con Turquía. Las relaciones con Armenia siguen tan gélidas como siempre, existen contenciosos abiertos con Grecia (por las islas del Egeo y la cuestión de Chipre) y Bulgaria (por la instalación de plantas nucleares en la región de Tracia, cerca de la frontera búlgara), y el desencuentro con Israel a raíz del asalto israelí a la flotilla de Gaza, en el que murieron nueve turcos, parece todavía lejos de una solución estable.

“En los últimos dos años, Turquía ha sacrificado su tradicional papel como actor secular, democrático e imparcial en Oriente Medio, y como consecuencia, sus relaciones con todos los actores principales en la región se han resentido. La política exterior del AKP ha malgastado el capital político de Turquía hasta el punto de que Ankara ya no puede actuar como un mediador efectivo en los conflictos y las crisis regionales”, asegura Cenk Sidar, analista del “think-tank” Asesores Globales Sidar, con sede en Washington. “Lejos de los ‘cero problemas’, Turquía se encuentra ahora mismo con demasiadas crisis diplomáticas y problemas de seguridad nacional”, afirma.

Del mismo modo, la decisión turca de permitir las exportaciones de petróleo de la región kurda del norte de Iraq sin contar con el gobierno central de Bagdad, y de otorgarle asilo político al viceprimer ministro disidente Tariq Al Hashimi, ha provocado la furia de los iraquíes. Y la guerra de Siria, donde Turquía ha apoyado sin ambages a los rebeldes, ha envenenado la relación con Irán, aliado del régimen sirio.

“Hace tres años, Turquía, junto con Brasil, tenía la influencia para convencer a Irán para firmar un acuerdo que acabase con su confrontación con Occidente. Ahora, está viendo cómo el vecino Kazajistán se prepara para acoger otra ronda de conversaciones nucleares, y los diplomáticos turcos ni siquiera están en la lista de invitados, a pesar de que los lazos geográficos y comerciales tradicionales con Irán deberían convertirle en un negociador efectivo”, señala Sidar.

El AKP, además, ha causado malestar en la comunidad diplomática turca con una propuesta de ley que permitirá a los embajadores nombrados por el gobierno -e ideológicamente afines al partido- mantener su estatus dentro del Ministerio de Asuntos Exteriores tras finalizar su misión. Esto les permitirá ocupar importantes cargos como Vicesecretario de Estado, algo que, hasta ahora, solo podían hacer los diplomáticos de carrera, lo que ha motivado una carta de protesta firmada por 140 embajadores retirados y 10 antiguos cónsules generales.

“Esto significa que a personas sin educación, entrenamiento y experiencia en la tradición del Servicio Exterior –y posiblemente tampoco en ninguna otra institución pública- se les permitirá asumir los puestos de diplomáticos de carrera de alto nivel, que han servido en el Servicio Exterior de forma ininterrumpida durante entre 20 y 30 años, y que han conseguido llegar a estas posiciones prominentes a través de varios exámenes y procesos de selección”, se lee en la carta, hecha pública el pasado 20 de julio.

Tal vez el ejemplo más claro de este deterioro sean los viajes oficiales del propio Erdogan por África del Norte. Durante la gira de hace dos años, el primer ministro fue aclamado por las masas en todos los países que visitó, y en Egipto podían verse vallas publicitarias pagadas por donantes privados dando las gracias a Turquía. En la que realizó el pasado junio, en cambio, el volumen de sus admiradores en Túnez y Marruecos fue mucho más discreto, y no faltaron los abucheos. Además, en las últimas semanas, un atentado contra una misión diplomática turca en Somalia –donde Turquía es la principal donante internacional-, y el secuestro de dos pilotos de Turkish Airlines en Líbano, han terminado de subrayar el hecho de que a Turquía ya no se la ve con tan buenos ojos como antaño en el vecindario.

| 21/08/2013