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Egipto, ante un abismo que amenaza a toda la región
Existe una oportunidad de impedir el descenso total al abismo
Antes de que se desate el infierno, en toda guerra civil hay un momento en que todavía existe una oportunidad de impedir el descenso total al abismo.
Egipto ahora se encuentra en ese periodo. Ramadán, el mes sagrado de los musulmanes, y el comienzo del mismo trae aires de renovación. La mayor esperanza es que esa época sea el momento para que en Egipto todos los sectores reflexionen sobre sus graves errores y opten por el único camino razonable: la reconciliación nacional.
A principios de la década de 1970 estudié en la universidad norteamericana de El Cairo. Desde entonces he visitado el país con regularidad, pero nunca había presenciado un odio tan profundo como el que ha contagiado a Egipto: activistas de los Hermanos Musulmanes arrojando a un opositor del techo de una casa; activistas anti islámicos elogiando en Twitter al ejército por haberles disparado sin piedad a los seguidores de los Hermanos mientras rezaban.
Tras esos violentos y caóticos episodios, lo que está en juego ya no es quién gobierna Egipto. Lo que está en juego es el propio Egipto: ésta es una crisis existencial.
¿Puede Egipto mantenerse unido y salir adelante como una sola nación o será desgarrado en pedazos por su propio pueblo, como ocurre en Siria? Hoy por hoy, nada es más importante en Medio Oriente, ya que cuando lo que está en juego es la estabilidad del Egipto moderno -ubicado sobre el Canal de Suez, eje de cualquier pacto de paz árabe-israelí y punto de unión del norte de África, África y Medio Oriente- lo que está en juego es la estabilidad de toda la región.
Entiendo la bronca de los egipcios laicos, liberales no islamistas, con Mohammed Morsi, que nunca habría llegado a presidente sin el voto de aquellos, pero que una vez en el poder, en vez de ser un presidente inclusivo, se abocó a acaparar todo el poder que pudo.
Con la economía de Egipto en caída libre, también entiendo la impaciencia de muchos con el gobierno de Morsi. Pero en la larga transición del mundo árabe hacia la democracia, algo valioso se perdió cuando los militares expulsaron del poder al gobierno de Morsi sin esperar a que el pueblo egipcio lo hiciera en las elecciones parlamentarias de octubre o en las presidenciales de dentro de tres años. Les han dado a los Hermanos Musulmanes la excusa perfecta para no reflexionar sobre sus errores y cambiar, algo imprescindible para que Egipto se constituya en un centro político estable.
Pero los grupos de egipcios laicos, liberales no islamistas, también tienen que organizar su accionar. La oposición ha sido formidable a la hora de movilizar la protesta, pero incapaz de aglutinarse alrededor de la agenda de un líder único, mientras que los Hermanos Musulmanes fueron formidables a la hora de ganar elecciones, pero incapaces de gobernar.
Así que ahora Egipto tiene una sola manera de evitar el abismo: los militares, la única autoridad que existe actualmente en Egipto, deben dejar en claro que derrocaron a los Hermanos con el objeto de "resetear" y no con el propósito de "vengarse", o sea, con el objeto de empezar de nuevo y que la transición hacia la democracia esta vez se haga bien, y no para eliminar a los Hermanos de la política.
(No queda claro que la "Constitución interina" anunciada por el gobierno de transición le garantice al grupo islamista chances justas de competir por el poder, ya que el texto proscribe partidos sobre la base de su religión, pero esa proscripción fue implementada bajo el ex dictador Hosni Mubarak y los Hermanos lograron sortearla presentándose a elecciones como agrupación independiente.) Si los Hermanos Musulmanes son proscriptos, no habrá estabilidad en Egipto.
Dalia Mogahed, CEO de Mogahed Consultant y experimentada consultora de opinión de Medio Oriente, me señaló que la revolución original de 2011 que derrocó a Mubarak fue organizada por "jóvenes de izquierda, liberales, islamistas, unidos por un futuro mejor. La división era entre los revolucionarios y los defensores del statu quo. La revolución no era propiedad ni de los secularistas, ni de los liberales, ni de los islamistas, y por eso funcionó".
La democracia en Egipto "sólo tiene chances de éxito si los revolucionarios vuelven a considerar que su enemigo es el statu quo, y no los otros grupos", me dijo Mogahed.
Y tiene razón: los Hermanos pueden matar a más secularistas, los militares pueden matar a más Hermanos, pero una década más de statu quo en Egipto los matará a todos ellos. El país será un desastre del desarrollo humano. En ausencia de un verdadero partido reformista los ciudadanos egipcios de la actualidad se ven forzados a elegir entre dos malas ideas.
Los Hermanos postulan que "el islam es la respuesta". Los militares favorecen el retorno al "Estado dentro del Estado" de antaño. Pero por sí sola, más religión no es respuesta para el Egipto actual, y aunque el "Estado dentro del Estado" dominado por los militares pueda garantizar la ley y el orden y mantener a los islamistas a raya, lo que no puede es proporcionar un pensamiento fresco, ni las reformas educativas, empresariales, sociales y legales necesarias para que el talento y el potencial humano de los egipcios se desate y cobre impulso.
A decir verdad, la respuesta está en el Informe sobre el Desarrollo Humano Árabe de la ONU de 2002, redactado mayormente por estudiosos egipcios. El informe indicaba que los egipcios deberían abocarse a construir una cultura política capaz de superar el déficit del país en materia de libertades individuales, educación e igualdad femenina. Ése es el camino que Egipto debe emprender, y no el mubarakismo, ni el morsismo, ni el militarismo. Y la tarea actual de los aliados y amigos de Egipto no es aislarlo o censurarlo, sino ayudarlo a encontrar gradual, pero firmemente, el camino de la moderación.