Seleccionados
Testimonios desde Bahréin
“Testimonios desde Bahréin: La horrible experiencia de una activista detenida”
Amnistía internacional
Soy activista bahreiní, participo en la revolución de Bahréin que comenzó el 14 de febrero.
Cuando el ejército demolió la Perla y empezó a detener gente, tuve mucho miedo. Sabía que no había hecho nada malo, pero estaban locos.
Una noche vinieron a registrar mi casa decenas de agentes. Me sacaron de allí agarrada por el cuello mientras me apuntaban con armas a la cabeza, sin darme siquiera oportunidad de vestirme. Me llevaron a rastras al exterior mientras me agredían e insultaban, en presencia de mis hijos pequeños y mi familia, que gritaron y lloraron al verlo.
Yo estaba mareada y no reaccionaba debido a la medicación que tomaba por un problema de salud. Cuando tomé conciencia, vi que estaba rodeada de decenas de hombres, algunos con uniforme militar y otros de civil, varios con el rostro cubierto y muchos también con palos, pistolas y escopetas.
Registraron mis pertenencias, leyeron mis papeles, colocaron documentos en mi ordenador portátil para llevárselos y se quedaron con todo el dinero que había en la vivienda.
Fuera de la casa, sus vehículos llenaban la calle: autos civiles, un autobús, vehículos de emergencia y todoterrenos de la policía antidisturbios. Me hicieron subir al autobús a empujones, cerraron la puerta y empezaron con las agresiones verbales: procacidades, insultos, humillaciones e injurias a mis padres y a mi religión por ser chií.
En el accidentado trayecto a la comisaría de policía, yo estaba aterrorizada por lo que pudiera ocurrirme: me preguntaba si volvería a ver a mis hijos, si iban a torturarme.
Era la primera vez que me detenían, así que no sabía nada de lo que podía pasarme.
Estuve 149 días recluida. Primero fueron 17 días en régimen de aislamiento, 10 de ellos en la comisaría de policía, donde me obligaron a permanecer día y noche de pie contra la pared. Sabían que tenía una dolencia de espalda, y creo que pensaron especialmente en esa tortura para destrozar mi salud.
Me privaban de agua y del sueño, no me dejaban rezar ni tumbarme, me negaban medicación, me vendaban los ojos para trasladarme –incluso dentro del edificio– y me obligaban a permanecer de pie durante largos interrogatorios, en los me desmayé en dos ocasiones.
Otros siete días de aislamiento los pasé en una habitación helada sólo con una manta fina.
Después me encerraron en una habitación con otras tres mujeres. Los insultos continuaron. Amenazaban con matarnos, nos gritaban continuamente por nada, nos insultaban por nuestras creencias chiíes y nos obligaban a realizar tareas serviles para otros detenidos.
Utilizaban mi estado de salud como arma. No me dejaban ir al baño ni beber agua durante largos periodos, lo que me ocasionó dolencias renales. Cuando tuve problemas con un diente me enviaron a un hospital del Ministerio del Interior donde me lo sacaron con unas pinzas de acero macizo, sin anestesia. Tenía la boca y la cara llenas de sangre, y el dolor era indescriptible.
No me permitieron tener contacto de ninguna clase con mi abogado en los 149 días que estuve detenida. No nos dejaban tener papel y bolígrafo. Me obligaron a grabar en vídeo una declaración que ellos me habían dado, y después me amenazaron con golpearme y violarme.
Al cabo de un tiempo se agravó mi enfermedad cardíaca. Me dolía el pecho todo el tiempo y sentía adormecimiento, dificultades respiratorias, dolor en el brazo y mareos.
Cuando me llevaron ante el tribunal, comprobé sorprendida que era un juicio militar. Cuando el juez militar anunció los 12 cargos en mi contra me quedé estupefacta. Todos los cargos se basaban en sus propias conclusiones, no en pruebas materiales.
El juez no permitió hablar al abogado ni siquiera durante la sesión de declaración de testigos de la defensa.
Rechazó la mayoría de los testimonios a mi favor.
Era inimaginable lo que estaba viviendo bajo custodia, con tanto odio a mi alrededor.
Mis hijos todavía necesitan tratamiento psicológico por haber visto cómo me detenían. Se despiertan en mitad de la noche gritando de miedo y mojando la cama.
Publicado por: Amnistía internacional