noscript

Seleccionados

Las duras lecciones de Afganistán

Las duras lecciones de Afganistán

En Estados Unidos comienzan a extraerse nuevas lecciones

Joaquín R. Hernández – Especial Alahednews


Con el mal sabor que deja una amarga aventura, los analistas de Estados Unidos comienzan a extraer lecciones de lo que nunca debió ocurrir en la guerra de  Afganistán.

No era la guerra de George W. Bush.  Cuando llegó a la presidencia, acompañado de un grupo de neoconservadores que habían trabajado con su padre, Bush venía con la obsesión de apoderarse de Iraq.

Las duras lecciones de Afganistán

Los atentados del 11 de septiembre del 2001 fueron tan oportunos, que existe una amplia corriente de opinión que los atribuye a una conspiración interna bien tramada: la agresión y el rechazo internacional que provocó, vino como anillo al dedo para echar a andar su maquinaria de guerra.

La cólera del imperio se irguió amenazante. Sonaron los tambores de la guerra. Sólo que Osama Bin Laden no se ocultaba en Iraq. Ni, pese a alguna que otra mentira sin consecuencias, nunca había tenido contacto con Saddam Hussein.

Pero había que vengarse con alguien. Y los ojos se volvieron a Afganistán, donde operaba el perseguido terrorista y su organización al Qaeda, protegidas por el gobierno de los talibanes: todos viejos aliados de Estados Unidos en la lucha contra las tropas soviéticas en aquel país, hasta que por avatares de la historia se habían convertido en opositores a muerte.

Los estadounidenses no escucharon las advertencias de la trampa que había significado Afganistán para los invasores que habían intentado ocuparlo. La arrogancia del presidente y de sus consejeros, principalmente Donald Rumsfeld, los llevaron incluso a rechazar la ayuda de sus aliados de la OTAN. El imperio por sí solo era omnipotente. Con el respaldo de las fuerzas internas que querían, solamente, derrocar a los talibanes, se lanzaron a la guerra.

Y cometieron su primer gran error

El objetivo de capturar a Bin Laden y destruir a al Qaeda, no se alcanzó. Bin Laden se refugió en el vecino Pakistán, y allí vivió hasta hace poco tiempo. Al Qaeda no fue destruida, sino que se multiplicó y se convirtió en la ubicua red global de hoy, que opera a través de sus desprendimientos y adhesiones en un número difícil de calcular de países de la región.

Estados Unidos se dedicó a combatir entonces a los talibanes, sin darse cuenta de que se sumergían en una trama antigua, mezcla de las distintas procedencias étnicas que integran la población afgana, sus viejas luchas por el poder, y sus contradicciones culturales y religiosas.

Las duras lecciones de Afganistán

Los talibanes fueron hijos de los aliados de occidente -Arabia Saudita- y de los servicios de inteligencia pakistaníes, con una proyección antisoviética, y durante años estuvieron en relación con los estadounidenses, hasta que acogieron y protegieron  a Bin Laden y rechazaron las peticiones sauditas de entregarlo.

Otro error fundamental

Los estadounidenses tienen un defecto que proviene de su arrogancia: creen que allí donde alguien no ha podido resolver un problema, ellos tienen la solución. Con una consecuencia fatal: crean mayores problemas.

Auspiciaron una constitución para Afganistán que repetía fórmulas que no funcionan en Estados Unidos, pura ficción en un país fragmentado étnica y tribalmente. La constitución proyectaba que el país fuera dirigido desde el gobierno central en Kabul, ramificado en poderes locales, con una estructura piramidal que hoy no tiene ni la General Motors.

Las duras lecciones de Afganistán

No hubo cuadros para la burocracia que necesitaba el esquema, ni la economía alcanzaba para pagarla. Las jefaturas regionales y tribales fueron más fuertes que la autoridad central y la corrupción se entronizó y armó nuevas y grandes fortunas.

La guerra fue olvidada para consagrarse a la agresión contra Iraq. Y finalmente apareció la idea carente de todo realismo de construir un nuevo país, con nuevas instituciones.

Esta idea, animada por los grandes teóricos de la contrainsurgencia -los generales David Petraeus y Stanley McChrystal-, recibió un gran refuerzo en tropas de parte de un nuevo presidente que había vuelto los ojos hacia esta guerra porque era consciente de que la opinión pública la rechazaba. Pero el proyecto de los militares necesitaba una permanencia durante décadas de ejércitos aún mayores y a un costo insostenible. La vida evidenció que se trataba de otro error más.

El contribuyente estadounidense ha pagado por esta guerra una cifra equivalente a varios PIB afganos. Las muertes se cuentan, de parte y parte, por decenas de miles. El presidente Hamid Karzai, puesto por los invasores norteamericanos, es hoy su mayor crítico. Los talibanes esperan la anunciada retirada, bien protegidos por sus amigos pakistaníes, y en conversaciones con los representantes de Karzai.

Lamentables lecciones. Pésimos resultados. Nadie mejor para definirlos que el ex secretario de defensa Robert Gates, quien afirmó en el 2011: “En mi opinión, a cualquier futuro secretario de defensa que aconseje al presidente mandar otra vez un gran ejército norteamericano de tierra a Asia, Oriente Medio o África, debe enviársele a que le examinen su cabeza”.

| 12/02/2014