Alguien tendrá que dar la cara, pero hasta el momento nadie se responsabiliza en Washington por el fiasco de la política de ayuda militar a los rebeldes sirios, elemento esencial en la estrategia general de la Administración Obama para derrocar al (Presidente) Bachar al Assad y finalmente abandonada. La decisión última de enviar «ayuda no letal» fue tomada en su día por el propio presidente, pero la primera responsabilidad de la que hoy se confirma como una de las mayores chapuzas de la diplomacia norteamericana en Oriente Próximo recae en el secretario de Estado, John Kerry.


La captura de un almacén de ayuda norteamericana por parte del grupo yihadista Frente Islámico -escindido del suspuestamente «moderado» Ejército Sirio Libre (ELS) y a su vez enfrentado también contra los yihadistas de Al Qaida, en el pandemónium del frente rebelde- ha sido sólo la gota que colmó el vaso. Casi desde el principio se sabía, y se denunció desde muchas instancias, que la ayuda «no letal» norteamericana a los rebeldes no era tan inocente, que quienes se iban a aprovechar de ella serían los islamistas radicales -los más fuertes-, y que Washington no contaba con ninguna garantía de que finalmente ese material bélico fuera utilizado sólo por los rebeldes prooccidentales. En pocas palabras, durante meses la Administración Obama ha estado armando a grupos de Al Qaida -dispuestos a llevar la revolución a Occidente- y a grupos yihadistas que se contentan con encender sólo el mundo árabe.


El papelón de Kerry y sus asesores se extiende a todos los dominios de la estrategia norteamericana para Siria. La última fecha cerrada para la conferencia de paz en Europa es el 22 de enero. Hasta el lunes pasado no se sabía dónde se celebrará. Hoy ya no se sabe siquiera a quién invitar, porque es evidente que el ELS no es interlocutor válido frente a Assad. La Casa Blanca se plantea empezar a dialogar, bajo cuerda, con los yihadistas, ahora que por fin se entera de quién es el que manda en el negocio de la guerra civil siria.