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“Bagayeros” del norte argentino sufren infiltraciones narco
El gran dinero que maneja el narcotráfico carcome todo, como las pirañas
Publicado Por Gustavo Sierra (Clarín)
Lleva 80 kilos en una bolsa enorme que mantiene con la cabeza. El peso lo reparte entre la espalda y el cuello. El resto lo hacen las piernas fibrosas. Camina al trote por entre las piedras unos 2.000 metros. Descarga la bolsa sobre el techo de un viejo Torino reforzado y vuelve corriendo a buscar otra bolsa. René tiene 47 años e hizo esto toda la vida.
“Acá gano en un día lo que saco en una semana en la cosecha”, dice este boliviano que cruza el río entre su ciudad de Bermejo y la argentina Aguas Blancas como si fuera de la cama al living. Junto a René están cargando la mercadería otros 100 o 200 hombres. Algunos, desde unos gomones que vienen del lado boliviano, otros a pie y con el agua a la cintura. Son los “bagayeros” que transportan el contrabando hormiga que se practica acá en esta zona desde siempre. La única diferencia es que ahora, por entre esos enormes paquetes comienzan a aparecer cargamentos de cocaína y pasta base que en menos de un mes tienen que estar a la venta en las calles de Madrid, Lisboa o París. “Nosotros no sabemos lo que hay adentro de las bolsas. Apenas las cruzamos”, asegura René.
El Torino cargado como si fuera un equeco (el duende andino de la prosperidad) comienza su penoso viaje por la ruta 50 hacia Orán. El chofer sabe que en unos pocos kilómetros tendrá que pasar el control de los gendarmes y la aduana argentina. No tiene otros caminos alternativos. De un lado corre el río Tarija, del otro el río Pescado, los dos, luego convergen en el Bermejo. En el medio hay un laberinto de cultivos y caminos secundarios pero difíciles de acceder y todos terminan en la misma ruta. Pero hay una escapatoria temporaria. Un by pass, una travesía entre las cañas de azúcar. Siguen infringiendo la ley de contrabando pero no se exponen a las multas. “ Es apenas una concesión para mantener la paz social. Ya intentamos desbaratar todo esto pero casi incendian Orán. Desde entonces los dejamos hacer y los controlamos por todos lados”, explica un alto funcionario de Seguridad. “El problema es que por ahí sigue entrando una buena parte de la pasta base y la cocaína, aunque sea cuentagotas”, replica un ex agente de la DEA, la agencia antinarcóticos estadounidense, que trabajó en el norte argentino por años.
Los expertos aseguran que las grandes organizaciones colombianas, bolivianas, peruanas y mexicanas se están infiltrando entre los “bagayeros” y que muchos de éstos caen en redadas sin saber que están cargando en sus espaldas y por cobrar apenas 20 pesos más. “Hemos detectado narcotraficantes de 40 nacionalidades diferentes. Y se meten por todos lados. Pero lo que traen son cargas de no más de 50 kilos. Lo otro, lo grande va por el cielo”, comenta el juez federal de Orán, Raúl Reynoso. Aunque para Edgardo Buscaglia, profesor de la universidad de Columbia y consultor de Naciones Unidas, el peligro de que el narcotráfico se entrometa en estas viejas costumbres de fronteras latinoamericanas es que “comienzan a pirañizar la corrupción”. “En Argentina no hay una corrupción piramidal o institucionalizada como hay en otros países de la región, es más bien horizontal y extendida. Y sin un control férreo del Estado en todo el territorio, incluido el pueblo más pequeño, el gran dinero que maneja el narcotráfico carcome todo, como las pirañas ”, explica Buscaglia.
En la ruta 50 aparecen unos tinglados improvisados y una entrada a una tierra que dice pertenecer a una cooperativa aymara. Allí paran todos los autos repletos de bolsas para reiniciar el rito de los “bagayeros” que cargarán los bultos por casi tres kilómetros por un camino polvoriento y bajo 40 grados de calor con la intención de pasar el control aduanero de 28 de Julio. Una larga fila de más de 30 o 40 muchachos y algunas mujeres --un gendarme me cuenta que hay una bagayera que sigue trabajando y está embarazada de ocho meses y que hay otra que tiene 67 años—que avanzan al trote entre una nube de insectos y transpirando a chorros. Todos mantienen en sus bocas el acullico, la bola de hojas de coca que los ayuda a superar el momento. La escena se parece mucho a una imagen que acabo de ver en el museo del norte en la ciudad de Salta de una ilustración española de la mita, el sistema de trabajo esclavo del Estado Imperial de Tahuantinsuyo. Hago preguntas a los “bagayeros” pero se muestran muy hostiles. En el río llegaron a tirar unas cuantas piedras. Pero Marcos, un pibe argentino, me dice que “es la única manera que tenemos para sobrevivir”. ¿Y no tenés miedo que te metan cocaína en la carga? “Y sí, pero hay que tomar el riesgo. Hay que vivir ”, repite.
A 50 metros ya los están esperando los gendarmes. Los revisan uno a uno. Les hacen bajar el bulto y lo tajean con un cortante. Aparecen zapatillas de todos los colores y medidas, jarras plásticas, camisetas, repasadores, planchas, cintas de embalar, engrampadoras, baberos. Todo eso estará en unas horas en la Salada o en cualquier otra feria de su tipo alrededor del país. Hay un solo demorado porque en la mitad llevaba unas cuántas hojas de coca. “Los que llevan las cargas con cocaína se van por el lecho del río seco, acá sobre el Pescado. Pero es muy difícil que pasen. Ahí tenemos otros dos puestos de avistadores ”, comenta uno de los gendarmes. De todos modos los narcos siguen intentando y pasando. No hay método de vigilancia infalible en ninguna frontera del mundo. Convergen en Orán. Y enseguida pasan a Santiago del Estero donde cambian de vehículos y ya van “con carga segura” hasta Santa Fe o Buenos Aires, siempre con otros dos vehículos que le van marcando el camino. Tienen que evitar por todos los medios los scanners canadienses de última generación que tienen los puestos. Las imágenes que genera “desnudan” los vehículos y detectan la droga en más del 90% de los casos.
Al final de la huella, entre el cañaveral y una plantación de bananos, los “bagayeros” van a entregar la carga a los mismos vetustos vehículos que seguirán el camino hasta la terminal de Orán. Subimos al helicóptero para avanzar por la ruta 40 y sobrevolamos el lecho seco y desértico del río Pescado. Se ven huellas de camionetas cuatro por cuatro.
Hacen ese recorrido por las noches usando baqueanos para intentar eludir los retenes móviles de la zona de La Mulita, cerca del lugar donde aparece el Bermejo. Si logran saltar el cerco de los gendarmes y la aduana se hacen millonarios de la noche a la mañana y entran en el imperio marcado por las dos “c”: cárcel o cementerio.