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Memoria de una Invasión ¡No Pasarán…! (parte I)
Por Cecilio Mingo (Escritor, Artista y Poeta)
Por tierras libanesas
Bombardearon escuelas y, en Aita El Chaab, destruyeron el más moderno liceo para cuatrocientos muchachos, aún hoy cuando escribo subyace el peligro de bombas sin estallar en patios y recintos en ruinas. Los israelíes colapsaron el sistema educativo y el de salud, y la infraestructura vial a lo largo y ancho del Sur del Líbano, siete hospitales severamente dañados y ochenta y tres puentes destruidos, también hicieron blanco en el aeropuerto internacional, atemorizando a la capital con aterradores bombardeos sobre los barrios obreros de Beirut Sur, destrucción toda preconcebida con bombas y artillería, precisión y puntería, perversidad, ignominia, usando tan matemática e infernal tecnología.
Y la invasión, muerte y destrucción, dicen los israelíes, fueran causados por el secuestro de dos soldados, en incursión del Hezbolá a su territorio. Así mintieron judíos y sicarios, aunque nadie razonable pueda creer tal engaño, pues un par de soldados, aún con el valor infinito que dos personas merecen y representan, no son tema de comparación vista la desproporción presentada por tan criminal invasión, planificada para destruir el ochenta por ciento de las viviendas, la infraestructura eléctrica, el agua potable y sus sistemas, escuelas y mezquitas de ciudades y aldeas en los Departamentos de Bintjbeil, Marjaayoun, El Nabatiye y Tiro, la mayor extensión musulmán del Sur de Líbano.
Maroun Er Ras, en belleza comparable a La Granja, Antigua Guatemala o parte de nuestra Granada en Al-Ándalus de España, fue destruido por tanques y bombardeos; la imagino resistiendo a los invasores por más de una semana, y, también arrasada, Bintjbeil, monumental aldea con tanto sabor a Aranjuez, las dos tan cercanas a las otras diez heroicas ciudades hermanas de la Andalucía hispana: El Khiam, Ainata, Siddiquine, Kafra, Froun, Taebe, Houla, El Ghanduriye, Aita El Shaab, Srifa todas bombardeadas por las fuerzas agresoras, aspectos apocalípticos de aniquilación, muerte y desesperación, un nuevo Gernika para el dos mil seis perpetrado impunemente por las hordas de “Israel”.
Reflexiones de guerra
En aquel anochecer sin luna vagaba por el destruido Sur, allá en la antigua ciudad de Tiro próximo a las ruinas romanas y, más que en reflexión, rumiaba mi reconcomio mientras enfrentaba hechos y vivencias con ideas y creencias; aprendiendo de la trágica experiencia sufrida por tantos, de su actitud ante la vida afrontando sus destruidos hogares con hijos entre otros familiares soterrados bajo los escombros.
Días inolvidables en los que rediseñaba mi conciencia, trabajando horas interminables junto a destrucciones concebidas con perversidad manifiesta, y ante las que inquiría perplejo, sobre el divino portento de la humana existencia ¿del por qué unos perecieron y no siguieran otros el mismo sendero? ¿Y por qué mi suerte? No sería mi tiempo, simple providencia, casualidad, no importa la respuesta.
Niños juegan entre las ruinas, los mayores angustiados por tanta desdicha invocan a Dios para que bendiga y asista a las gentes hoy a su albur y, según parece, fuera de sus Manos. Ya ni la brisa sopla para tanto indigente que, hermanados, se preguntan por qué hubo de haber tanta muerte; todo confusión, dos mujeres, madre e hija, me muestran absortas el techo de su casa volteado por las bombas, estar vivas todo un destino, y, al lado, otras gentes mujeres y niños duermen a la intemperie en secuencia demente de una noche de horror. No creo que en esta noche inclemente por la fatalidad luna o estrellas alumbren a los humanos, ni nadie proclame en esta tierra que todos seamos hermanos.
En el Sur de la capital, y donde la mayoría eran familias partidarias del Hezbolá, la aviación israelí destruyó ciento setenta y un edificios de hasta doce pisos en calculados bombardeos, sembrando destrucción y muerte en los barrios obreros, aún hoy sin datos del número de sepultados bajo las ruinas y escombros y, mientras, sin salir de mi asombro escucho absorto que las clases acomodadas, las buenas familias del Beirut cristiano, presenciaban indolentes desde La Marina y las piscinas de sus casas y clubs privados, cómo las bombas israelíes caían inclementes sobre las edificaciones del Beirut asalariado y, aun presagiando tanta angustia y muerte, enajenados o ausentes, siguieron bebiendo, nadando o reposando indolentes con lo que estaba pasando.
¿Por qué atacar con cohetes a un autobús escolar segando la vida de veintitrés niños? Y en la aldea de Qana, el Cana bíblico donde el Mesías -dicen que fue allí tan celebrado milagro- convirtiera el agua en vino, bombardearon los judíos edificios de tres pisos, muriendo veintisiete personas y, entre ellas, cinco niños; y recé emocionado ante sus tumbas presenciando el solidario y sentido homenaje religioso de los vecinos.
¿Qué razón para destruir los cultivos de tabaco, los olivares o las pequeñas industrias familiares? ¿Cuál para bombardear los cinco tanques de fuel oil en la Central Térmica de Jhie, en la fenicia y cinco mil años antigua ciudad de Sidón, tesoro de la Humanidad?, sino atacar al turismo, a la producción energética y al mar Mediterráneo con una enorme mancha negra conformada por sesenta mil toneladas de combustible foráneo, fauna y flora envenenadas a lo largo de playas y costas tan hermosas. De esto nadie informó nada y yo hubiera preferido que, de haber de ocurrir tales desgracias, sucedieran en el Golfo de Méjico frente a las mismas costas norteamericanas, para que el mundo supiera –por si alguien lo ignorara- lo que realmente son y el grado de perversidad de los que hoy gobiernan en Sión.
| Por tierras libanesas
Tierras cordiales y extrañas Beirut, Tiro, Sidón, Trípoli, Byblos, Bintybeil, Maroun Er Ras, no importa donde estés porque, en todas partes, el visitante se siente en aquella Fenicia lejana y, a la vez, en su propia morada. Estoy en Beirut, paseando por la Cornishe, es el malecón empezando la noche y sopla la brisa, mientras desde lo alto las estrellas iluminan esta agreste orilla del Mediterráneo. Niños alborozados corretean con sus bicicletas cerca de un grupo de padres charlando animados. Sentados en grupos en las terrazas toman la fresca en tertulia de té, café o fumando el arguile, hombres y mujeres, amorosas parejas y grupos de bellas jóvenes, modernas, tocadas con el devoto hiyab unas y bien destapadas otras, reunidas en alegre cháchara, sonrisas, risas y risotadas se escuchan en agradable entorno de amistad y tolerancia, pueblo de cultura antiquísima, población multiétnica, instruida, ilustrada y por su historia acostumbrada, entiende que la vida es para ser vivida día a día y siempre antes de cada alborada.
Beirut, el Paris del Medio Oriente se llamó un día, presenta grandiosas mezquitas de imponentes minaretes, las iglesias cristianas más solemnes, soberbios hoteles repujados por el más selecto mármol, residencias señoriales y edificaciones notables unidas por amplias calles y luminosas avenidas, un enorme paseo marítimo bordeando la ciudad, un pueblo religioso, culto y, controversial, que presenta en lo más céntrico de la capital recientes ruinas desoladas por hechos de extrema violencia y señales de guerra cruenta.
Próximo a las mezquitas escucho al muezzín invitando a la oración, tonificante melodía, muchos se humillarán fervorosos postrados de rodillas cinco veces cada día. Bordean la Cornishe centros turísticos y restaurantes ofreciendo esa riqueza culinaria envidiable que, la cuisine libanese, presenta en multiplicidad de sabores y especias, menús cantados en tres idiomas y servidos con simpatía y destreza. Un ambiente tan envidiable convulsionado en la reciente historia por frecuentes enfrentamientos, guerra civil, invasión y diecinueve años ocupado el Sur de Líbano ¿administrado? por el ejército israelí, masacre de palestinos en Sabra y Chatila por orden de Sharon y, alentado, el odio religioso mezclado con atentados políticos cocinados con señalamientos sirios.
El Líbano, después de años de paz y laborioso progreso, escalaba posiciones destacadas ya en su economía y se levantaba, con un jactancioso gobierno, optimista y ufano, que editaba promisorias estadísticas con las excelencias de las previsiones turísticas en aquel verano. Justo fue este el momento pensado por el gobierno de “Israel”, para, con flagrante osadía, lanzar sus tropas a la aventura de invadir, en julio del dos mil seis, el Sur de Líbano.
Con aviación, tanques y la infantería
Entraron los israelíes por trece pasos de la frontera, atacando a un pueblo sin ejército, coordinando los bombardeos aéreos con avances de tanques e infantería, reduciendo a escombros cuatro mil viviendas, y destruyendo impune la mayor parte de la infraestructura eléctrica, vial y sanitaria como objetivos prioritarios de sus planes de guerra.
El Líbano, después de años de paz y laborioso progreso, escalaba posiciones destacadas ya en su economía y se levantaba, con un jactancioso gobierno, optimista y ufano, que editaba promisorias estadísticas con las excelencias de las previsiones turísticas en aquel verano. Justo fue este el momento pensado por el gobierno de “Israel”, para, con flagrante osadía, lanzar sus tropas a la aventura de invadir, en julio del dos mil seis, el Sur de Líbano.
Con aviación, tanques y la infantería
Entraron los israelíes por trece pasos de la frontera, atacando a un pueblo sin ejército, coordinando los bombardeos aéreos con avances de tanques e infantería, reduciendo a escombros cuatro mil viviendas, y destruyendo impune la mayor parte de la infraestructura eléctrica, vial y sanitaria como objetivos prioritarios de sus planes de guerra.
Bombardearon escuelas y, en Aita El Chaab, destruyeron el más moderno liceo para cuatrocientos muchachos, aún hoy cuando escribo subyace el peligro de bombas sin estallar en patios y recintos en ruinas. Los israelíes colapsaron el sistema educativo y el de salud, y la infraestructura vial a lo largo y ancho del Sur del Líbano, siete hospitales severamente dañados y ochenta y tres puentes destruidos, también hicieron blanco en el aeropuerto internacional, atemorizando a la capital con aterradores bombardeos sobre los barrios obreros de Beirut Sur, destrucción toda preconcebida con bombas y artillería, precisión y puntería, perversidad, ignominia, usando tan matemática e infernal tecnología.
Y la invasión, muerte y destrucción, dicen los israelíes, fueran causados por el secuestro de dos soldados, en incursión del Hezbolá a su territorio. Así mintieron judíos y sicarios, aunque nadie razonable pueda creer tal engaño, pues un par de soldados, aún con el valor infinito que dos personas merecen y representan, no son tema de comparación vista la desproporción presentada por tan criminal invasión, planificada para destruir el ochenta por ciento de las viviendas, la infraestructura eléctrica, el agua potable y sus sistemas, escuelas y mezquitas de ciudades y aldeas en los Departamentos de Bintjbeil, Marjaayoun, El Nabatiye y Tiro, la mayor extensión musulmán del Sur de Líbano.
Maroun Er Ras, en belleza comparable a La Granja, Antigua Guatemala o parte de nuestra Granada en Al-Ándalus de España, fue destruido por tanques y bombardeos; la imagino resistiendo a los invasores por más de una semana, y, también arrasada, Bintjbeil, monumental aldea con tanto sabor a Aranjuez, las dos tan cercanas a las otras diez heroicas ciudades hermanas de la Andalucía hispana: El Khiam, Ainata, Siddiquine, Kafra, Froun, Taebe, Houla, El Ghanduriye, Aita El Shaab, Srifa todas bombardeadas por las fuerzas agresoras, aspectos apocalípticos de aniquilación, muerte y desesperación, un nuevo Gernika para el dos mil seis perpetrado impunemente por las hordas de “Israel”.
Reflexiones de guerra
En aquel anochecer sin luna vagaba por el destruido Sur, allá en la antigua ciudad de Tiro próximo a las ruinas romanas y, más que en reflexión, rumiaba mi reconcomio mientras enfrentaba hechos y vivencias con ideas y creencias; aprendiendo de la trágica experiencia sufrida por tantos, de su actitud ante la vida afrontando sus destruidos hogares con hijos entre otros familiares soterrados bajo los escombros.
Días inolvidables en los que rediseñaba mi conciencia, trabajando horas interminables junto a destrucciones concebidas con perversidad manifiesta, y ante las que inquiría perplejo, sobre el divino portento de la humana existencia ¿del por qué unos perecieron y no siguieran otros el mismo sendero? ¿Y por qué mi suerte? No sería mi tiempo, simple providencia, casualidad, no importa la respuesta.
Niños juegan entre las ruinas, los mayores angustiados por tanta desdicha invocan a Dios para que bendiga y asista a las gentes hoy a su albur y, según parece, fuera de sus Manos. Ya ni la brisa sopla para tanto indigente que, hermanados, se preguntan por qué hubo de haber tanta muerte; todo confusión, dos mujeres, madre e hija, me muestran absortas el techo de su casa volteado por las bombas, estar vivas todo un destino, y, al lado, otras gentes mujeres y niños duermen a la intemperie en secuencia demente de una noche de horror. No creo que en esta noche inclemente por la fatalidad luna o estrellas alumbren a los humanos, ni nadie proclame en esta tierra que todos seamos hermanos.
En el Sur de la capital, y donde la mayoría eran familias partidarias del Hezbolá, la aviación israelí destruyó ciento setenta y un edificios de hasta doce pisos en calculados bombardeos, sembrando destrucción y muerte en los barrios obreros, aún hoy sin datos del número de sepultados bajo las ruinas y escombros y, mientras, sin salir de mi asombro escucho absorto que las clases acomodadas, las buenas familias del Beirut cristiano, presenciaban indolentes desde La Marina y las piscinas de sus casas y clubs privados, cómo las bombas israelíes caían inclementes sobre las edificaciones del Beirut asalariado y, aun presagiando tanta angustia y muerte, enajenados o ausentes, siguieron bebiendo, nadando o reposando indolentes con lo que estaba pasando.
¿Por qué atacar con cohetes a un autobús escolar segando la vida de veintitrés niños? Y en la aldea de Qana, el Cana bíblico donde el Mesías -dicen que fue allí tan celebrado milagro- convirtiera el agua en vino, bombardearon los judíos edificios de tres pisos, muriendo veintisiete personas y, entre ellas, cinco niños; y recé emocionado ante sus tumbas presenciando el solidario y sentido homenaje religioso de los vecinos.
¿Qué razón para destruir los cultivos de tabaco, los olivares o las pequeñas industrias familiares? ¿Cuál para bombardear los cinco tanques de fuel oil en la Central Térmica de Jhie, en la fenicia y cinco mil años antigua ciudad de Sidón, tesoro de la Humanidad?, sino atacar al turismo, a la producción energética y al mar Mediterráneo con una enorme mancha negra conformada por sesenta mil toneladas de combustible foráneo, fauna y flora envenenadas a lo largo de playas y costas tan hermosas. De esto nadie informó nada y yo hubiera preferido que, de haber de ocurrir tales desgracias, sucedieran en el Golfo de Méjico frente a las mismas costas norteamericanas, para que el mundo supiera –por si alguien lo ignorara- lo que realmente son y el grado de perversidad de los que hoy gobiernan en Sión.