noscript

Opinión

El ego de Donald Trump

El ego de Donald Trump

Polémicas declaraciones raciales del candidato a la presidencia de EEUU


Por Joaquín R. Hernández – Especial para Alahednews

Si pusieran, uno encima del otro, cada uno de los dos mil setecientos millones de dólares que conforman la fortuna –ojo: puede ser dos veces mayor-- del mogul norteamericano Donald Trump, no alcanzaría la altura del ego de este complicado personaje.

Trump sigue siendo protagonista de una polémica que lleva ya varios días en desarrollo, con motivo de sus declaraciones al presentar su candidatura a la presidencia de Estados Unidos en las elecciones de 2016.

Como se ha difundido ampliamente, allí dijo, literalmente, que “cuando México envía su gente no nos envía lo mejor. Nos mandan personas que han tenido una gran cantidad de problemas y nos traen esos problemas con ellos. Traen drogas, traen crimen. Son violadores y algunos, supongo, son buena gente, pero hablo con los guardias fronterizos y ellos me dicen lo que nos está llegando”.

Y más adelante dijo que de ser presidente, elevaría el muro de casi dos mil kilómetros que corre a lo largo de la frontera entre los dos países al doble de altura. Y que encargaría al gobierno mexicano que pagara la construcción.

Trump calculó mal el efecto de sus insultos

En Estados Unidos vivían en el 2010, según el censo de ese año, 50,5 millones de hispanos, de los cuales 31,8 eran mexicanos. Hoy deben ser muchos más.

Trump, en sí mismo, es nieto de un inmigrante. Su abuelo, Frederick Trump, cuyo nombre original era Friedrich Drumpf, fue un alemán que llegó a Estados Unidos en 1885 y en 1892 se naturalizó como ciudadano de ese país.

Pero los mexicanos deben luchar contra el estigma de la pobreza y la imagen de inferioridad que, a pesar de existir numerosas organizaciones que luchan por hacer valer su dignidad y por defender sus derechos, se transmite a diario por la gran industria del entretenimiento.

El ego de Donald Trump

México es el país cercano al que huyen los bandoleros en los filmes de Hollywood. Es el canal del narcotráfico, la guarida de asesinos inmisericordes, la patria de los amigos tontos de los héroes yanquis.

La persecución a los inmigrantes ilegales es siniestra. Cada año --es un dato que se menciona poco-- mueren más personas intentando cruzar el muro que corre a lo largo del Río Bravo, la frontera natural, que todos los que murieron en la historia del Muro de Berlín.

Hace ya algunos años, el académico Samuel Huntington, conocido universalmente por su libro donde presagiaba el choque de civilizaciones, alertaba en un artículo sobre los peligros del crecimiento de la presencia hispana y sobre todo mexicana en Estados Unidos:

“El persistente flujo de inmigrantes hispanos amenaza con dividir a los Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas y dos lenguas. A diferencia de grupos inmigrantes anteriores, los mexicanos y otros latinos no se han asimilado a la cultura fundamental estadounidense, y en su lugar han formado sus propios enclaves políticos y lingüísticos --de Los Angeles a Miami-- y han rechazado los valores anglo protestantes que han construido el sueño americano. Estados Unidos ignora este reto y este peligro.”

Nadie recuerda ahora que una gran parte del centro oeste de Estados Unidos fue territorio mexicano que la naciente nación estadounidense le arrebató inmisericordemente. Hasta hoy, nadie ha dirigido a México las disculpas que merece.

Y México --al decir del general Porfirio Díaz, “tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”-- ha sufrido como pocos países latinoamericanos la expoliación de los capitales del vecino norteño. El Tratado de Libre Comercio que, en un alarde neoliberal, firmaron los dirigentes mexicanos con Canadá y Estados Unidos, significó la ruina de una gran parte de la industria manufacturera mexicana, que no pudo resistir la competencia en el mercado norteamericano de las producciones estadounidenses o chinas, o la entrada al país de capitales y productos norteños con amplios beneficios arancelarios.

De ahí que la pobreza que obliga a los mexicanos a buscar mejor vida más allá de las fronteras no es solo el producto del mal gobierno local, de la violencia y de la corrupción. Es, en un final, como en muchos países latinoamericanos, el resultado de dos siglos de explotación de los países del sur americano por su rico e inescrupuloso vecino.

El ego de Donald Trump

Nada de esto ha figurado en las preocupaciones del arrogante Donald Trump. Tampoco ha prestado mucha atención a las reacciones de la comunidad hispana. A los dirigentes del mayor canal hispano Univisión, quien canceló sus compromisos con la transmisión de los concursos de belleza patrocinados por Trump --uno de los orgullos de su frivolidad-- les dijo que los demandaría y… que no los dejaría entrar en sus campos de golf.

(Los campos de golf de Trump, hechos para recibir a megamillonarios, han sido denunciados como corruptores del medio ambiente. El establecido en el desierto de California es un caso de escándalo. Mientras una larga y devastadora sequía asola la economía y la vida en general de este enorme estado, el campo de golf de Trump consume cada día 312 mil galones de agua por día. Una familia, se calcula, necesita unos 400 galones diarios, los que no siempre pueden ser suministrados por la sequía).

Nada de esto preocupa a Trump, ni la reacción de otras importantes cadenas de televisión que siguen el camino de Univisión --NBC, CBS, CNN--, ni las críticas de las organizaciones defensoras de los derechos de los hispanos.

Mucho menos cuando --¡preparémonos!-- una reciente encuesta lo sitúa en el segundo lugar de la intención de voto republicano en el estado de New Hampshire, un poco detrás de Jeb Bush. Y cuando el Partido Republicano guarda un sonoro silencio sobre sus declaraciones racistas.

¿Nos asombra? A estas alturas, nada en la política de Estados Unidos no debiera sorprendernos. Ha empezado temprano la contienda electoral. Tristes imágenes circenses, como esta, nos acompañarán durante más de un año.

| 02/07/2015